Los *agujeros negros* parecen captar toda la atención. Pero, ¿qué pasa con sus gemelos espejo, los agujeros blancos? ¿Existen? Y, si es así, ¿dónde están? Para comprender la naturaleza de los agujeros blancos, primero debemos observar los agujeros negros, que son mucho más familiares. Los agujeros negros son regiones de colapso gravitacional completo, donde la gravedad ha superado a todas las demás fuerzas del universo y ha comprimido un grupo de materia hasta un punto infinitesimalmente pequeño llamado singularidad.
Alrededor de esta singularidad hay un horizonte de eventos, que no es un límite físico sólido, sino simplemente el límite alrededor de una singularidad donde la gravedad es tan intensa que nada puede escapar, ni siquiera la luz.
Sabemos cómo se forman los agujeros negros. Cuando una estrella masiva muere, su inmenso peso colapsa su núcleo, lo que resulta en la creación de un agujero negro. Cualquier materia o radiación que se acerque demasiado queda atrapada por la intensa gravedad y es arrastrada bajo el horizonte de eventos hacia su destino final.
Relación: ¿Qué sucede en el centro de un agujero negro?
Entendemos este proceso de formación de agujeros negros y cómo interactúan con su entorno a través de la teoría de Einstein, la teoría de la relatividad general. Para entender el concepto de agujero blanco, debemos reconocer que a la relatividad general no le importa el flujo del tiempo. Las ecuaciones son simétricas en el tiempo, lo que significa que matemáticamente funcionan bien hacia adelante o hacia atrás en el tiempo.
Si giráramos una grabación de la formación de un agujero negro al revés, encontraríamos un objeto que dispersa radiación y partículas. Eventualmente, explotaría, dejando en su lugar una estrella masiva. Así sería un agujero blanco y, según la relatividad general, este escenario es completamente posible.
Los agujeros blancos serían aún más extraños que los agujeros negros. Siempre tendrían singularidades en sus centros y horizontes de eventos en sus bordes. Seguirían siendo objetos masivos y gravitantes, pero cualquier material que entrara en un agujero blanco sería expulsado de inmediato a una velocidad superior a la de la luz, causando que su resplandor blanco brille intensamente. Cualquier cosa fuera de un agujero blanco nunca podría entrar en él, porque tendría que moverse más rápido que la velocidad de la luz para atravesar el horizonte de eventos.
Entonces, si las matemáticas de la relatividad general permiten la existencia de agujeros blancos, ¿por qué no especulamos sobre su existencia en el universo real? La respuesta es que la relatividad general no es la única voz sobre cómo funciona el cosmos. Existen otras ramas de la física que abordan el funcionamiento interno del universo, como nuestras teorías de electromagnetismo y termodinámica.
En termodinámica, se plantea el concepto de entropía, que es, en términos generales, una medida del desorden en un sistema. La segunda ley de la termodinámica nos indica que la entropía de los sistemas cerrados solo puede aumentar.
- Por ejemplo, si lanza un piano a una astilladora, el resultado será un montón de desechos pulverizados; el desorden en el sistema aumenta y se respeta la segunda ley de la termodinámica.
- Pero si lanzamos componentes aleatorios en la astilladora, no obtendremos un piano nuevamente, lo que reduciría el desorden. (Los sistemas ordenados, como la vida, pueden surgir en la Tierra, pero a costa de aumentar la entropía en el sol). No se puede obtener un piano de astillas, sin importar cuán elaborados sean los intentos para formular un sistema que lo logre.
En el contexto de los agujeros blancos, no podemos revertir el proceso de formación de un agujero negro para obtener un agujero blanco, ya que esto implicaría una disminución de la entropía.
La única forma plausible de formar un agujero blanco sería tener un proceso exótico que operara en el universo primigenio, creando la existencia de un agujero blanco en el mismo tejido del espacio-tiempo. De este modo, el proceso de creación de un agujero blanco evitaría la discrepancia con la disminución de la entropía.
En conclusión, los agujeros blancos, aunque fascinantes y asombrosos en teoría, no parecen ser características del universo que conocemos, sino más bien entes conceptuales que habitan las matemáticas de la relatividad general. Prueba de ello es que, a pesar de la elegancia de la teoría, las contradicciones de la naturaleza nos llevan a considerar que, en la práctica, estos agujeros podrían ser solo chimeras.